sábado, 3 de noviembre de 2018

Los Arcontes


 LOS ARCONTES



Abrí los ojos a un mundo extraño…
No tenía ni idea de cómo había ido a parar allí. Estaba oscuro y apenas podía moverme. Aquel lugar era húmedo, sucio y me hacía sentir un poco de miedo. Sabía que debía controlar los pensamientos porque ese era el único vehículo del que disponía para desplazarme, no obstante, a veces no podía quitarme de la cabeza mi mayor temor, no poder regresar. En el Astral no hay mapas, solo estás tú y tus emociones, así que intenté relajarme y esperar a ver qué pasaba. No quería pensar en nada extraño porque, como muy bien había comprobado en varias ocasiones, podía estar en una zona y al instante, sin control alguno por mi parte, un leve pensamiento o un sentimiento, me llevaba sin remedio a cualquier otra. Por eso era muy difícil tener estabilidad, así que mejor no pensar en nada, ni siquiera en regresar.
Por lo siniestro del paisaje intuí enseguida que había llegado al Bajo Astral. Mientras miraba alrededor, esforzándome por encontrar alguna pista de por qué me hallaba en aquel caos, me fui serenando. La experiencia me decía que estaba metida en problemas, de eso no cabía la menor duda, y que tarde o temprano terminaría rodeada por seres que tratarían de robarme la energía. Estaba muy claro, es más, no era necesario ser muy lista para darse cuenta enseguida de que allí había gato encerrado. Seguramente los habitantes de aquella zona serían espíritus que, guiados por su propio egoísmo, habrían llegado atraídos por la siniestra energía que desprendía esa dimensión, en apariencia tan negativa.
Pero, aparte de ellos, quizá también hubiese otras entidades propias del lugar y esas serían las peores porque estarían muy bien adaptadas al entorno.
Mejor, mantenerme muy quieta para no llamar la atención.
Estaba tan bloqueada que no podía ni siquiera pensar en otro lugar diferente y, por supuesto, lo último que quería hacer en ese momento, era equivocarme.
De repente vi un grupo de personas. Al principio estaban lejos, pero poco a poco se fueron acercando… más y más… No me sentía bien. Y aunque sabía que debía dar credibilidad a mi corazonada y “hacer algo”, no tenía ni idea de qué. Guiada por un claro instinto de supervivencia y sin tiempo para más pánico, comencé entonces a pedir ayuda…
Siiii… —Resonó clara una voz en mi cabeza. Me giré para ver de dónde procedía y vi a un ser cualquiera con aspecto humano, pero mi instinto no me dejó confiar en él.
— Yo te ayudaré— dijo.
— no, no, gracias.
No sabía qué hacer, pero no podía quedarme allí quieta ni un segundo más, estaba segura de que aquel ser repulsivo, de ojos “oscuros” y mirada sucia, tenía intenciones nefastas con respecto a mi persona porque seguramente podía oler mi miedo.
Aquel engendro del Bajo Astral cada vez se envalentonaba más…En ese momento, un pensamiento fugaz me hizo desear no haber llegado allí jamás. Si este ser es un Arconte, me dije, voy apañada. Nunca había visto uno, o al menos eso pensaba, pero este, tenía todas las papeletas para serlo.
Los Arcontes son entidades sin cuerpo físico capaces de dominar y destruir la espiritualidad del hombre. Son seres oscuros, inmateriales, que intentan manejar las mentes humanas y en muchos casos, lo consiguen. Aunque no son tan inteligentes como nosotros, son unos hábiles manipuladores. Sin que apenas nos demos cuenta, en silencio… suavemente… despacito… nos susurrarán aquello que desean, haciéndonos tener todo tipo de pensamientos oscuros.
Altamente peligrosos, intentan controlar nuestro destino y hacernos sufrir al máximo, pues nuestro sufrimiento y nuestro dolor son su alimento. Por eso, tratan de provocarlo de todas las maneras posibles, asegurándose mediante la manipulación de que jamás salgamos del terrorífico mundo de dolor que ellos mismos han creado para nosotros. El Arconte es el susurrador perfecto y, aunque no tiene prisa, tampoco descansa nunca…
Imaginad lo que sucedería si uno de ellos susurra a alguien con el poder suficiente para desatar un desastre mundial…menudo premio para ellos, tendrían alimento y diversión para toda la eternidad.
Cuando una persona pasa a mejor vida, hay veces que los Arcontes la están esperando. Con engaños, haciéndose pasar por sus guías espirituales, la hacen “ver” cosas que nunca existieron, generando en su alma una confusión terrible. Le muestran recuerdos falsos, juegan con su sentido de justicia, y la hacen sufrir. De esta manera desea volver a reencarnarse para enmendar todo lo sucedido en su anterior vida. Además le comunican que es su deber, pues solamente experimentando el dolor causado, comprenderá y no volverá a hacerlo de nuevo. Espías de nuestro mundo, de nuestros deseos y ladrones de nuestra libertad, son parásitos que vigilan a las almas humanas y, sobre todo por la noche, mientras duermen, tratan de engañarlas para alimentarse de su energía divina. ¿Cómo reconocerlos para que no influyan en nosotros? Un verdadero ser de luz, un verdadero guía espiritual, jamás te hará sentir dolor, ni tratará de influir en tus pensamientos, sabe que eres libre y respeta tu libertad por encima de todo. Los Arcontes no tienen luz, no brillan, no transmiten amor ni tienen la mirada limpia… ¿Qué hacer para que no puedan hacernos daño? Reafirmarnos en nuestra libertad, expandir nuestra luz interior y sobre todo creer firmemente que no hemos venido aquí para aprender a través del sufrimiento. Sufrir o hacer sufrir a los demás no es bueno, ni lo son la ira, el rencor, los malos sentimientos, los hábitos poco saludables y todas esas cosas que jamás nos generarán felicidad.
Me pareció ver salir el sol. El ser del averno, corrió a esconderse. En ese instante de luz, el tiempo se detuvo y todo se llenó de amor…
Empapada en sudor abrí los ojos a esta parte de la realidad. De nuevo en mi cama, llena de sentimientos encontrados, me incorporé y dándole las gracias al ser espiritual que me había ayudado, traté de poner en orden mis ideas.
Poco a poco fui serenándome. Mientras repasaba todo lo que había pasado aquella noche, intentando asimilarlo, me dejé vencer nuevamente por el sueño.

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